Es erróneo creer que es normal que los ancianos se depriman. Por el contrario, la mayoría de las personas de edad se sienten satisfechas con sus vidas. Cuando un anciano se deprime, a veces su depresión se considera erróneamente un aspecto normal de la vejez. La depresión en los ancianos, si no se diagnostica ni se trata, causa un sufrimiento innecesario para el anciano y para su familia. Con un tratamiento adecuado, el anciano tendría una vida placentera. Cuando la persona de edad va al médico, puede solo describir síntomas físicos.
Esto pasa por que el anciano puede ser reacio a hablar de su desesperanza y tristeza. La persona mayor puede no querer hablar de su falta de interés en las actividades normalmente placenteras, o de su pena después de la muerte de un ser querido, incluso cuando el duelo se prolonga por mucho tiempo.
La angustia en los ancianos
En los ancianos es particularmente fácil confundir una depresión ansiosa con una neurosis de angustia. La angustia que aparece por primera vez en un paciente mayor debe poner al médico sobre aviso respecto a la posible existencia de una depresión.
El diagnóstico de depresión en el paciente anciano requiere la comprensión de cómo la depresión geriátrica difiere de la depresión de una población más joven, y de un diagnóstico diferencial preciso.
La reducción de los ingresos y de la capacidad física y la pérdida del apoyo familiar y de amigos, con frecuencia exigen cambios en el estilo de vida del anciano y, al mismo tiempo, reducen su capacidad, psicológica y fisiológicamente, para adaptarse a estos cambios. Estas circunstancias conducen con frecuencia a una pérdida de la autoestima y a sentimientos de inferioridad cada vez mayores. Presentan incapacidad física y, a menudo, problemas crónicos que producen un amplio rango de limitaciones y afectan la autoimágen. Hay una pérdida del sentido de la productividad que se produce a menudo con la jubilación o con la pérdida de las responsabilidades del hogar y, para muchos, además, hay pérdida de amigos, de familia, de la esposa, que en algún momento proporcionaron la vía principal para canalizar sentimientos de importancia. La pérdida de la autoestima se va profundizando rápidamente, pero, a menudo, sin el comienzo más específico que se observa generalmente en la población más joven. El autoreproche y la culpa no forman parte de la depresión de manera tan constante como en los grupos más jóvenes, pero aumentan las dolencias somáticas.
La mayor parte de los ancianos se presentan con problemas de índole orgánica, trastornos de la memoria y concentración y falta de impulso vital, distrayendo la atención del médico sobre la depresión y dirigiéndola hacia síndromes cerebrales orgánicos y afecciones somáticas. Aún cuando se sospeche la presencia de una depresión se requieren estudios de laboratorio adecuados y un examen físico minuciosos porque, especialmente en los ancianos, la depresión puede ser una manifestación de otras entidades de origen orgánico. Dentro del grupo de las afecciones que pueden producir o presentarse como una depresión se incluye el hipertiroidismo, hipotiroidismo, enfermedad de Cushing, enfermedad de Addison, diabetes, insuficiencia cardíaca congestiva, enfermedad de Parkinson idiopática, lesiones, neoplasias, desnutrición y fármacos (ver página 39). Aunque es necesario diagnosticar y tratar tales afecciones, la presencia de una patología orgánica concomitante o precipitante no debe detener el diagnóstico y tratamiento de la depresión. A menudo la desaparición de la depresión aclara el cuadro de la enfermedad orgánica, permitiendo tratarla con mayor facilidad o, de hecho, convivir mejor con ella.
El diagnóstico diferencial más difícil que debe hacerse en los ancianos es entre la depresión y la demencia senil.
Muy a menudo, cuando no se diagnostica o no se trata la depresión en los ancianos, se arriba a un diagnóstico equivocado de demencia senil.